Anteayer,
cuando empezaba a anochecer, me cercioré de que iba a llover. El cielo se
estaba nublando, y algunas luces provenientes del cielo, con mucho ruido
retardado, delataban la inminente llegada de agua caída en forma de gotas.
Esa noche iba a salir, pero al final
renuncié al ocio de dar una vuelta por mi ciudad. Me quedé en casa tranquila,
escuchando la lluvia. De repente pensé en cómo podía hacer pasar el tiempo
más deprisa: «¿Una película? ¡Uf!, he visto casi todas las que tengo en casa.»,
me dije. «¿Ir a dormir? Todavía es muy pronto.», afirmé para mis adentros. «¿Hacerme
la cena? Ya me la hice esta tarde.», pensaba mientras me mesaba el pelo.
Repentinamente, me vino a la cabeza
que acababa de obtener una obra de teatro que había empezado a leer: Huelga general[1],
una tragicomedia (o al menos yo la califico de esa manera) en tres actos (puede ser que sea una intertextualidad de la niñez, la madurez, y la vejez). Iba
por el acto I, y decidí continuar con la lectura de esta maravillosa creación
teatral.
Portada de Huelga general |
La
historia narra los diálogos entrecruzados de cuatro personajes, Amparo, Benito,
Laura, y R. Ramírez, en un escenario tan macabro como puede ser un tanatorio, teniendo
sólo a tres ataúdes como interlocutores. Y,
nada más y nada menos, que ¡el día de una huelga general!
Huelga
general. Qué título tan conocido y [des]conocido a la vez.
Todos en nuestra vida hemos hecho alguna huelga, aunque no fuese general. Hay veces
en las que yo me rebelo contra el orden, y ni siquiera me estiro las sábanas [eso
también es hacer huelga]. Pero las huelgas generales son otra historia, ¡y
tanto que son otra historia!
Este tipo de absentismo laboral se «inventó»
para reivindicar los derechos de los trabajadores; ya lo dice el Diccionario de
la Real Academia en su segunda acepción: «2. f. Interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de
los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una
protesta. Huelga ferroviaria. Huelga indefinida»[2].
Pero, ¿hasta dónde pueden llegar el
derecho y la obligación de realizar una huelga, y encima que sea general? De
ello precisamente nos habla Huelga general. La libertad del derecho a
decidir, no sólo sobre uno mismo, sino sobre los demás: «Una vida de abundancia
y grandeza construida sobre los frágiles cimientos de la mezquindad y la
mentira. Una falsa vida de lujo perfecta, pero la impaciencia y la avaricia,
siempre son malas consejeras, lo han llevado a la ruina.»[3].
Siempre encontramos una buena razón para hacer huelga, sobre todo por nuestro
desacuerdo con el sistema, y más en el tiempo de crisis en el que nos
encontramos. Y si alguien no está de acuerdo, se le trata de esquirol: «Quieras
que no, somos funcionarios del Estado, y eso pinta mucho hoy en día. Aunque a
la hora de la verdad, no somos nadie… por mucha huelga que hagamos.»[4].
Es una obra teatral donde se juntan
lo bueno, con lo malo, lo ético, con lo [no tan] ético: «Si es que las frases
hechas a veces están mal hechas. Fíjese, “hasta la muerte”, ¿no? Nunca se
emplea en sentido literal y no se toma en serio hasta que entonces… eso, que la
muerte es muerte de verdad, ya ve.»[5]. La
ironía: «¡Ale!, lo tiramos al mar y listo, ¿eso es lo que quieres? ¿o es que
también va a haber huelga de peces?»[6].
El amor, el odio, la envidia, e
incluso la ambición forman parte de esta maravillosa obra que escogí como medio
para no enterarme del paso del tiempo. Una obra donde incluso hay espacio para
las cuestiones lingüísticas:
Perdone mis retruécanos retóricos eufemísticos inverosímiles, pues ocurre que mi profundo respeto por los trances mortales de todo tipo, incluso de índole lingüística, no me permiten… quiero decir, que soy incapaz de exhibir mis conocimientos en latín, lengua por todos sabida muerta, ante un público como el presente mayoritariamente idem, ¡uy, perdón, se me escapó el latinismo otra vez! Perdone, pero creo que no recuerdo bien lo que quería decir…[7]
Una obra en la que se visiona la mortalidad
de los vivos, la vitalidad de los muertos: «Aquí vivos entre muertos, y fuera
muertos entre los vivos.»[8].
Una obra, sin duda, digna de leer,
no una, sino mil veces; y seguro con más de un [sin]sentido nuevo del que
hablar, esperemos que no en un tanatorio.