Como muchos de mis lectores saben o
sabrán, durante todo el curso que acaba de terminar, he estado realizando el
Máster de Educación Secundaria que se imparte en la Universidad de Alicante. Mi
principal objetivo era, al igual que el de muchos de mis compañeros, aprender a
enseñar que, al contrario de lo que algunos pueden pensar, no es tan fácil como
parece. Y tanto que no lo es.
El máster me ha ayudado a expulsar
los fantasmas de la vergüenza al impartir las clases. Claro. Es necesario dar
una imagen segura de sí misma cuando se está enseñando la lección. Del mismo
modo, he aprendido que nadie deja de aprender. Y los primeros que nunca dejan
de hacerlo son los docentes, o los que tenemos la intención de llegar a serlo
algún día.
En muchos aspectos, mi objetivo
primordial se ha hecho realidad. Creo que he cumplido con las expectativas que
me propuse al comenzar el año académico. He aprendido. He aprendido a enseñar.
Me he enseñado a aprender. Y he aprendido a enseñar a aprender [y aunque todo
esto parezca un absurdo juego de palabras, lo he hecho. Doy fe de que lo he
hecho.]
Sin embargo, tengo el convencimiento
de que todavía me queda mucho por descubrir y poner en práctica. Y es verdad. Sobre
todo tengo que aprender de gente cercana, y no tan cercana (las TIC ayudan
mucho en eso).
Por todo ello, siempre aprovecho las
oportunidades que me brinda la vida. Intento asistir a cursos, seminarios,
clubes de lectura, etc. Pero esta vez me tocaba hacer algo más ameno, y por
eso, hace exactamente un mes, asistí a la puesta en escena de la obra teatral Piedra, papel o gasolinera.
Dicha obra
fue representada por los alumnos del Instituto de Educación Secundaria Santa
Pola, y coordinada y dirigida por Ernesto Martín Martínez.
La trama gira alrededor de la
construcción de una gasolinera en un pueblo perdido en la geografía española.
Una gasolinera que enfrentará a los vecinos de la población por tener
diversidad de opiniones y puntos de vista. La avaricia, la ambición, el dinero,
y la necesidad humana de pisotear al prójimo para lograr el bienestar propio
son ingredientes esenciales que tienen cabida en el desarrollo teatral de esta
historia.
Pero lo más interesante sobre esto no es la historia, sino todo lo que hay detrás. Trabajo, dedicación, esfuerzo. Más trabajo. más esfuerzo. Y paciencia, mucha paciencia y compromiso con los jóvenes estudiantes y sus intereses.
El teatro es una buena manera de acercar las letras a aquellos que las tienen como auténticas desconocidas. Y si uno de los motores es el Teatro Adolescente, adelante.
Desde aquí, abogo, desde mi humilde
posición como aprendiente del saber aprender, por más iniciativas como las del
gran profesor y amigo, Ernesto Martín Martínez. Una iniciativa que aboga por la
incentivación de la lectura y su comprensión. Una iniciativa que tiene como
principal objetivo el de hacer a los alumnos amar las historias contadas
mediante métodos kinésicos y orales. Una iniciativa, sin duda, a tomar como
ejemplo por los futuros docentes como yo.
Gracias, profesor, amigo, maestro, ejemplo.