El
canon es el repertorio de obras ampliamente aceptadas por los lectores como
válidas para la tradición, ya lo dijo Harold Bloom en El canon occidental (1994). Siempre se ha dicho que las temáticas
literarias se clasifican en distintos cánones; así, tenemos una literatura
canónica por excelencia, como es el caso de los clásicos, además de numerosos
libros que se enmarcan en diferentes cánones literarios.
Con
la literatura infantil y juvenil pasa lo mismo. Encontramos numerosos títulos
que podrían embarcarse en esta clasificación, gracias al tratamiento que éstos
dan a temas como los problemas de la adolescencia, las miras del futuro, las
ansias de libertad, la automotivación, etc. Sin embargo, este tipo de
literatura no se ha considerado dentro de un canon porque: «La literatura
infantil es reciente, la juvenil de ayer mismo, y el hábito generalizado de la
lectura en la población, de pocos minutos.»[1].
Pero, ¿es necesario un canon para la literatura juvenil?
Tras
leer los artículos de Emili Teixidor[2] vemos
que muchos de los títulos que se encuentran dentro de un canon, que podría
calificarse como infantil y juvenil, no siempre cumplen los requisitos para
formar parte del mismo: «En muchas bibliotecas, libros tan excepcionales como Peter Pan o Alicia en el País de las Maravillas se encuentran clasificados
entre las lecturas recomendadas a partir de los 6 años, cuando sólo los adultos
–y no todos- son capaces de leerlos con provecho total.»[3].
No siempre todo lo clasificado como este tipo de literatura tiene que interesar
sólo a los jóvenes. La literatura infantil y juvenil no tiene por qué
avergonzarse de serlo; y si este tipo de libros sirve para que los jóvenes, que
no encuentran en la lectura un espacio placentero donde dejar volar la
imaginación, lean, mejor que mejor, ya que «el lector intenta satisfacer, a
través de los libros, su necesidad de imaginarse a sí mismo como el personaje
principal con autosuficiencia para resolver sus problemas. En esa etapa, leer
no sólo hace imaginar el mundo estructurado en forma de historia, sino que
también presenta la imagen del rol del lector en el mundo.»[4].
Sin
embargo, siempre encontramos detractores de esta ideas acerca del canon
clasificado como juvenil; posiblemente formo parte de ellos, ya que no concibo
un mundo sin un Lazarillo, sin un Lope o, peor aún, sin un Quijote. Empero las
necesidades de acercar las letras a los jóvenes lectores se basa en historias
adaptadas para ellos; algo con lo que puedan identificarse. De esa manera,
quizá algún día, tengamos una sociedad más «loca» por las historias que
encierran los libros, que por lo que una caja con luces pueda proporcionarles.
Teixidor, sobre esta idea, afirma que «a partir de los 12 años, el lector puede
acceder a muchas de las obras de primera línea. Pero no podemos suponer esa
capacidad a toda la población. La falta de criterios sobre el género que se
destina a esos lectores, hace que demasiadas veces los buenos sentimientos, la
moral más cómoda y convencional, los tópicos más manidos, y en el peor de los
casos, los intereses de las instituciones
que velan por su formación interesada,
sean las únicas normas con que se juzga esa literatura. Se dirigen más a formar
buenos ciudadanos que buenos lectores.»[5].
Según
Teixidor, primeramente esta literatura «ha contribuido a la formación de ese
grupo [de jóvenes lectores] y a la necesidad de crear para ellos lecturas que
les faciliten el acceso y la comprensión de las grandes obras, a la vez que
traten los problemas surgidos por las nuevas situaciones.»[6]. Por
ello, necesitamos un canon donde insertarlas, teniendo en cuenta los recursos
empleados para la creación y la recepción de esta literatura, además, por
supuesto, de los temas tratados en ella: «Los objetivos no son incompatibles,
pero no son necesariamente los mismos [que los del canon clásico]. Así cuelan
por ese agujero sucedáneos de otros géneros que, en algunos casos, no serían
aceptados en la literatura adulta por
no llegar al nivel adecuado. Cada género tiene sus reglas.»[7].
Del
mismo modo, hay veces que creemos que dentro de la literatura infantil y
juvenil todo vale; pero de esa manera no contribuimos a la formación de un
género adecuado y aceptado por la mayoría de jóvenes lectores, quizá por miedo
a que este canon haga sombra a los clásicos (algo que no creo posible), o quizá
por ver inconcebible que una literatura que para nosotros puede ser de segunda
instancia, tenga tanto éxito entre nuestros adolescentes: «[En la literatura
infantil y juvenil] parece que todo vale y la progresión de temas y técnicas de
tratamiento se producen con una anarquía peligrosa para la salud y la reputación
del género.»[8].
Teniendo
todo ello en consideración, el docente es el que tiene que establecer los
límites de una literatura infantil y juvenil que, según Teixidor, todavía es
muy joven para poder formarse un hueco entre los numerosos títulos del canon. Sin
embargo, para poder realizar este proceso de selección, el profesor siempre
tiene que tener en cuenta las necesidades del lector joven, además de sus
ambiciones como futuros ciudadanos de una sociedad que no cesa de cambiar: «A
menudo se olvida que la literatura no es- una fuente de información o de
persuasión, sino una experiencia única, cuya naturaleza depende
fundamentalmente del lector.»[9].
Si un libro merece volver a ser leído o incluso, simplemente, [h]ojeado, es
porque queremos recordar, pues «el canon es un acto de memoria»; por tanto,
repitiendo lo comentado antes: «si este tipo de literatura, infantil y juvenil,
sirve para que los que no leen lean, relean y [h]ojeen, entonces estará todo
logrado». De nosotros depende formar buenos lectores literarios mediante este
método canónico.
Sí,
el libro y el lector –murmuró-. El placer de la lectura es la armonía entre
ambos. Y quien es capaz de encontrar el lector para el libro y el libro para el
lector es más que un librero, es un mago. Es un alquimista que crea el crisol
que funde don cosas en una sola. Y la cosa resultante es distinta a las
anteriores porque el libro adecuado produce cambios definitivos en el lector…[10]
[1] Emili Teixidor, «La literatura
juvenil, ¿un género para adolescentes?», pág. 8.
[2] Uno de los primeros cultivadores
de literatura infantil y juvenil.
[4] Ibidem, pág. 11.
[5] Ibidem, pág. 12.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Ibidem, pág. 12-13.
[10] Jorge Molist, Prométeme que serás libre, Barcelona,
Círculo de Lectores, 2011, pág. 160.