Libro

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domingo, 18 de enero de 2015

Literatura juvenil, ¿un nuevo canon?

El canon es el repertorio de obras ampliamente aceptadas por los lectores como válidas para la tradición, ya lo dijo Harold Bloom en El canon occidental (1994). Siempre se ha dicho que las temáticas literarias se clasifican en distintos cánones; así, tenemos una literatura canónica por excelencia, como es el caso de los clásicos, además de numerosos libros que se enmarcan en diferentes cánones literarios.


Con la literatura infantil y juvenil pasa lo mismo. Encontramos numerosos títulos que podrían embarcarse en esta clasificación, gracias al tratamiento que éstos dan a temas como los problemas de la adolescencia, las miras del futuro, las ansias de libertad, la automotivación, etc. Sin embargo, este tipo de literatura no se ha considerado dentro de un canon porque: «La literatura infantil es reciente, la juvenil de ayer mismo, y el hábito generalizado de la lectura en la población, de pocos minutos.»[1]. Pero, ¿es necesario un canon para la literatura juvenil?

Tras leer los artículos de Emili Teixidor[2] vemos que muchos de los títulos que se encuentran dentro de un canon, que podría calificarse como infantil y juvenil, no siempre cumplen los requisitos para formar parte del mismo: «En muchas bibliotecas, libros tan excepcionales como Peter Pan o Alicia en el País de las Maravillas se encuentran clasificados entre las lecturas recomendadas a partir de los 6 años, cuando sólo los adultos –y no todos- son capaces de leerlos con provecho total.»[3]. No siempre todo lo clasificado como este tipo de literatura tiene que interesar sólo a los jóvenes. La literatura infantil y juvenil no tiene por qué avergonzarse de serlo; y si este tipo de libros sirve para que los jóvenes, que no encuentran en la lectura un espacio placentero donde dejar volar la imaginación, lean, mejor que mejor, ya que «el lector intenta satisfacer, a través de los libros, su necesidad de imaginarse a sí mismo como el personaje principal con autosuficiencia para resolver sus problemas. En esa etapa, leer no sólo hace imaginar el mundo estructurado en forma de historia, sino que también presenta la imagen del rol del lector en el mundo.»[4].

Sin embargo, siempre encontramos detractores de esta ideas acerca del canon clasificado como juvenil; posiblemente formo parte de ellos, ya que no concibo un mundo sin un Lazarillo, sin un Lope o, peor aún, sin un Quijote. Empero las necesidades de acercar las letras a los jóvenes lectores se basa en historias adaptadas para ellos; algo con lo que puedan identificarse. De esa manera, quizá algún día, tengamos una sociedad más «loca» por las historias que encierran los libros, que por lo que una caja con luces pueda proporcionarles. Teixidor, sobre esta idea, afirma que «a partir de los 12 años, el lector puede acceder a muchas de las obras de primera línea. Pero no podemos suponer esa capacidad a toda la población. La falta de criterios sobre el género que se destina a esos lectores, hace que demasiadas veces los buenos sentimientos, la moral más cómoda y convencional, los tópicos más manidos, y en el peor de los casos, los intereses de las instituciones que velan por su formación interesada, sean las únicas normas con que se juzga esa literatura. Se dirigen más a formar buenos ciudadanos que buenos lectores.»[5]

Según Teixidor, primeramente esta literatura «ha contribuido a la formación de ese grupo [de jóvenes lectores] y a la necesidad de crear para ellos lecturas que les faciliten el acceso y la comprensión de las grandes obras, a la vez que traten los problemas surgidos por las nuevas situaciones.»[6]. Por ello, necesitamos un canon donde insertarlas, teniendo en cuenta los recursos empleados para la creación y la recepción de esta literatura, además, por supuesto, de los temas tratados en ella: «Los objetivos no son incompatibles, pero no son necesariamente los mismos [que los del canon clásico]. Así cuelan por ese agujero sucedáneos de otros géneros que, en algunos casos, no serían aceptados en la literatura adulta por no llegar al nivel adecuado. Cada género tiene sus reglas.»[7].

Del mismo modo, hay veces que creemos que dentro de la literatura infantil y juvenil todo vale; pero de esa manera no contribuimos a la formación de un género adecuado y aceptado por la mayoría de jóvenes lectores, quizá por miedo a que este canon haga sombra a los clásicos (algo que no creo posible), o quizá por ver inconcebible que una literatura que para nosotros puede ser de segunda instancia, tenga tanto éxito entre nuestros adolescentes: «[En la literatura infantil y juvenil] parece que todo vale y la progresión de temas y técnicas de tratamiento se producen con una anarquía peligrosa para la salud y la reputación del género.»[8].

Teniendo todo ello en consideración, el docente es el que tiene que establecer los límites de una literatura infantil y juvenil que, según Teixidor, todavía es muy joven para poder formarse un hueco entre los numerosos títulos del canon. Sin embargo, para poder realizar este proceso de selección, el profesor siempre tiene que tener en cuenta las necesidades del lector joven, además de sus ambiciones como futuros ciudadanos de una sociedad que no cesa de cambiar: «A menudo se olvida que la literatura no es- una fuente de información o de persuasión, sino una experiencia única, cuya naturaleza depende fundamentalmente del lector.»[9]. Si un libro merece volver a ser leído o incluso, simplemente, [h]ojeado, es porque queremos recordar, pues «el canon es un acto de memoria»; por tanto, repitiendo lo comentado antes: «si este tipo de literatura, infantil y juvenil, sirve para que los que no leen lean, relean y [h]ojeen, entonces estará todo logrado». De nosotros depende formar buenos lectores literarios mediante este método canónico.

Sí, el libro y el lector –murmuró-. El placer de la lectura es la armonía entre ambos. Y quien es capaz de encontrar el lector para el libro y el libro para el lector es más que un librero, es un mago. Es un alquimista que crea el crisol que funde don cosas en una sola. Y la cosa resultante es distinta a las anteriores porque el libro adecuado produce cambios definitivos en el lector…[10]




[1] Emili Teixidor, «La literatura juvenil, ¿un género para adolescentes?», pág. 8.
[2] Uno de los primeros cultivadores de literatura infantil y juvenil.
[3] Emili Teixidor, «Literatura juvenil: las reglas del juego», pág. 9
[4] Ibidem, pág. 11.
[5] Ibidem, pág. 12.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Ibidem, pág. 12-13.
[10] Jorge Molist, Prométeme que serás libre, Barcelona, Círculo de Lectores, 2011, pág. 160.

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