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jueves, 9 de julio de 2015

Aprender a enseñar a aprender

            Como muchos de mis lectores saben o sabrán, durante todo el curso que acaba de terminar, he estado realizando el Máster de Educación Secundaria que se imparte en la Universidad de Alicante. Mi principal objetivo era, al igual que el de muchos de mis compañeros, aprender a enseñar que, al contrario de lo que algunos pueden pensar, no es tan fácil como parece. Y tanto que no lo es.


            El máster me ha ayudado a expulsar los fantasmas de la vergüenza al impartir las clases. Claro. Es necesario dar una imagen segura de sí misma cuando se está enseñando la lección. Del mismo modo, he aprendido que nadie deja de aprender. Y los primeros que nunca dejan de hacerlo son los docentes, o los que tenemos la intención de llegar a serlo algún día.

            En muchos aspectos, mi objetivo primordial se ha hecho realidad. Creo que he cumplido con las expectativas que me propuse al comenzar el año académico. He aprendido. He aprendido a enseñar. Me he enseñado a aprender. Y he aprendido a enseñar a aprender [y aunque todo esto parezca un absurdo juego de palabras, lo he hecho. Doy fe de que lo he hecho.]
            Sin embargo, tengo el convencimiento de que todavía me queda mucho por descubrir y poner en práctica. Y es verdad. Sobre todo tengo que aprender de gente cercana, y no tan cercana (las TIC ayudan mucho en eso).

            Por todo ello, siempre aprovecho las oportunidades que me brinda la vida. Intento asistir a cursos, seminarios, clubes de lectura, etc. Pero esta vez me tocaba hacer algo más ameno, y por eso, hace exactamente un mes, asistí a la puesta en escena de la obra teatral Piedra, papel o gasolinera.
Dicha obra fue representada por los alumnos del Instituto de Educación Secundaria Santa Pola, y coordinada y dirigida por Ernesto Martín Martínez.

            La trama gira alrededor de la construcción de una gasolinera en un pueblo perdido en la geografía española. Una gasolinera que enfrentará a los vecinos de la población por tener diversidad de opiniones y puntos de vista. La avaricia, la ambición, el dinero, y la necesidad humana de pisotear al prójimo para lograr el bienestar propio son ingredientes esenciales que tienen cabida en el desarrollo teatral de esta historia.
                  Pero lo más interesante sobre esto no es la historia, sino todo lo que hay detrás. Trabajo, dedicación, esfuerzo. Más trabajo. más esfuerzo. Y paciencia, mucha paciencia y compromiso con los jóvenes estudiantes y sus intereses.
            El teatro es una buena manera de acercar las letras a aquellos que las tienen como auténticas desconocidas. Y si uno de los motores es el Teatro Adolescente, adelante. 

            Desde aquí, abogo, desde mi humilde posición como aprendiente del saber aprender, por más iniciativas como las del gran profesor y amigo, Ernesto Martín Martínez. Una iniciativa que aboga por la incentivación de la lectura y su comprensión. Una iniciativa que tiene como principal objetivo el de hacer a los alumnos amar las historias contadas mediante métodos kinésicos y orales. Una iniciativa, sin duda, a tomar como ejemplo por los futuros docentes como yo.


            Gracias, profesor, amigo, maestro, ejemplo.

lunes, 15 de junio de 2015

Huelga general. Tragicomedia en tres actos.

         Anteayer, cuando empezaba a anochecer, me cercioré de que iba a llover. El cielo se estaba nublando, y algunas luces provenientes del cielo, con mucho ruido retardado, delataban la inminente llegada de agua caída en forma de gotas.
            Esa noche iba a salir, pero al final renuncié al ocio de dar una vuelta por mi ciudad. Me quedé en casa tranquila, escuchando la lluvia. De repente pensé en cómo podía hacer pasar el tiempo más deprisa: «¿Una película? ¡Uf!, he visto casi todas las que tengo en casa.», me dije. «¿Ir a dormir? Todavía es muy pronto.», afirmé para mis adentros. «¿Hacerme la cena? Ya me la hice esta tarde.», pensaba mientras me mesaba el pelo.
            Repentinamente, me vino a la cabeza que acababa de obtener una obra de teatro que había empezado a leer: Huelga general[1], una tragicomedia (o al menos yo la califico de esa manera) en tres actos (puede ser que sea una intertextualidad de la niñez, la madurez, y la vejez). Iba por el acto I, y decidí continuar con la lectura de esta maravillosa creación teatral.
Portada de Huelga general

            La historia narra los diálogos entrecruzados de cuatro personajes, Amparo, Benito, Laura, y R. Ramírez, en un escenario tan macabro como puede ser un tanatorio, teniendo sólo a tres ataúdes como interlocutores. Y, nada más y nada menos, que ¡el día de una huelga general!

            Huelga general. Qué título tan conocido y [des]conocido a la vez. Todos en nuestra vida hemos hecho alguna huelga, aunque no fuese general. Hay veces en las que yo me rebelo contra el orden, y ni siquiera me estiro las sábanas [eso también es hacer huelga]. Pero las huelgas generales son otra historia, ¡y tanto que son otra historia!
            Este tipo de absentismo laboral se «inventó» para reivindicar los derechos de los trabajadores; ya lo dice el Diccionario de la Real Academia en su segunda acepción:  «2. f. Interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta. Huelga ferroviaria. Huelga indefinida»[2].
            Pero, ¿hasta dónde pueden llegar el derecho y la obligación de realizar una huelga, y encima que sea general? De ello precisamente nos habla Huelga general. La libertad del derecho a decidir, no sólo sobre uno mismo, sino sobre los demás: «Una vida de abundancia y grandeza construida sobre los frágiles cimientos de la mezquindad y la mentira. Una falsa vida de lujo perfecta, pero la impaciencia y la avaricia, siempre son malas consejeras, lo han llevado a la ruina.»[3]
          Siempre encontramos una buena razón para hacer huelga, sobre todo por nuestro desacuerdo con el sistema, y más en el tiempo de crisis en el que nos encontramos. Y si alguien no está de acuerdo, se le trata de esquirol: «Quieras que no, somos funcionarios del Estado, y eso pinta mucho hoy en día. Aunque a la hora de la verdad, no somos nadie… por mucha huelga que hagamos.»[4].
            Es una obra teatral donde se juntan lo bueno, con lo malo, lo ético, con lo [no tan] ético: «Si es que las frases hechas a veces están mal hechas. Fíjese, “hasta la muerte”, ¿no? Nunca se emplea en sentido literal y no se toma en serio hasta que entonces… eso, que la muerte es muerte de verdad, ya ve.»[5]. La ironía: «¡Ale!, lo tiramos al mar y listo, ¿eso es lo que quieres? ¿o es que también va a haber huelga de peces?»[6].
            El amor, el odio, la envidia, e incluso la ambición forman parte de esta maravillosa obra que escogí como medio para no enterarme del paso del tiempo. Una obra donde incluso hay espacio para las cuestiones lingüísticas:
           Perdone mis retruécanos retóricos eufemísticos inverosímiles, pues ocurre que mi profundo respeto por los trances mortales de todo tipo, incluso de índole lingüística, no me permiten… quiero decir, que soy incapaz de exhibir mis conocimientos en latín, lengua por todos sabida muerta, ante un público como el presente mayoritariamente idem, ¡uy, perdón, se me escapó el latinismo otra vez! Perdone, pero creo que no recuerdo bien lo que quería decir…[7]

            Una obra en la que se visiona la mortalidad de los vivos, la vitalidad de los muertos: «Aquí vivos entre muertos, y fuera muertos entre los vivos.»[8].
            Una obra, sin duda, digna de leer, no una, sino mil veces; y seguro con más de un [sin]sentido nuevo del que hablar, esperemos que no en un tanatorio.





[1] Ernesto Martín y Nacho Ortuño, Colección Literanda Teatro, ed. Literanda, 2012.
[3] Ernesto Martín y Nacho Ortuño, Huelga general, Colección Literanda Teatro, ed. Literanda, 2012, pág. 53.
[4] Ibidem, pág. 8.
[5] Idem.
[6] Ibidem, pág. 31.
[7] Ibidem, pág. 12.
[8] Ibidem, pág. 25.

domingo, 8 de marzo de 2015

ZuritUA

El pasado jueves se celebró el acto de Investidura de Raúl Zurita como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante. Con motivo de este gran acontecimiento, el Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti, en colaboración con la Universidad de Alicante, además de con diferentes Universidades de Hispanoamérica, celebró un Coloquio Internacional llamado «Alegoría de la desolación y la esperanza: Raúl Zurita y la poesía latinoamericana actual».



En él, los asistentes pudimos disfrutar de diferentes conferencias, a través de las cuales nos acercábamos, cada vez más, a la obra del recién nombrado Doctor Honoris Causa, Raúl Zurita, poeta estrechamente relacionado con la desolación de Chile tras el Golpe de Estado de 1973.



Raúl Zurita Canessa es un poeta chileno (1950), cuya obra se ve marcada por el Golpe de Estado ocurrido en Chile el 11 de septiembre de 1973, tras el cual, el poeta fue detenido. En su obra se encuentra el elemento innovador que siempre se le ha otorgado. Sin embargo, según Teodosio Fernández (Universidad Autónoma de Madrid), no era la razón sobrevenida por el golpe lo que le había impulsado a escribir. Es el desamparo, y no las palabras que la expresan, la sensación que arraiga en la poesía su creación. Para Zurita, la agonía del lenguaje puso fin a la relación entre las palabras y el concepto que se les atribuye. Esto ayudaría a entender los títulos de los dos primeros poemarios. Empero, ¿cómo se puede encajar a alguien en el «proceso literario»?
Mario Benedetti identificaba la cultura con la revolución. Los intelectuales eran personas comprometidas contra las dictaduras que azotaban a las ciudades hispanoamericanas, al tiempo que la significación literaria perdía el sentido. Por tanto, el papel subversivo del escritor estaba condenado a desaparecer. Los escritores se veían forzados a elegir entre la revolución y la literatura, decantándose por la primera.
Chile no fue una excepción, y más con figuras como Pablo Neruda o Nicanor Parra, quienes se vieron afectados por el proceso. El país hispanoamericano era uno de los que más contribuía a lo que era denominado como «canción protesta», aunque no es fácil determinar la influencia de esto a la labor creadora de cada cual. Ello enfrentaría la creación chilena del pasado con la del futuro. El poeta comprometido es aquel que crea para dar una visión disgustada sobre la realidad que vive la sociedad.


En la obra zuritiana, esperanza y desolación caminan de la mano, Y tienen una relación de dependencia para poder existir en la producción del poeta chileno. La desesperanza es una enfermedad mortal que da rasgos de desolación en su obra. La pulsión poética es el arte de lo no dicho, definido así por Zurita. Exprimir a través del lenguaje la desolación ha sido siempre la función del poeta chileno homenajeado en sus poemarios. Una alegoría de la desolación y la esperanza para poder renombrar esa América sin nombre:

Canté, canté de amor, con la cara toda bañada canté de amor y los muchachos me sonrieron. Más fuerte canté, la pasión puse, el sueño, la lágrima. Canté la canción de los viejos galpones de concreto. Unos sobre otros decenas de nichos los llenaban En cada uno hay un país, son como niños, están muertos. Todos yacen allí, países negros, África y sudacas. Yo les canté así de amor la pena a los países. Miles de cruces llenaban hasta el fin del campo. Entera su enamorada canté así. Canté el amor:

Fue el tormento, los golpes, y en
pedazos nos rompimos. Yo alcan-
cé a oírte pero la luz se iba,
Te busqué entre los destrozados,
hablé contigo. Tus restos me mi-
raron y yo te abracé.
Todo acabó. No queda nada. Pero
muerta te amo y nos amamos aun-
que esto nadie pueda entenderlo.[1]

A lo largo de toda su producción, vemos un sueño de creación a través del lenguaje de un mundo nuevo. Una obra ambiciosa y fundacional, donde se escribe una historia nueva de América[2], refundada, esta vez, en el lenguaje. Se trata de una lengua que nos mate, pero que, al mismo tiempo, nos redima con la esperanza de la escritura[3]. Solamente la palabra afinca lo visible en las cosas:

Argentina, Uruguay y los países
chilenos del amor mío y desapa-
recido.
Por escaleras se sube de un país a
otro. Por ascensores se sube o por
aviones del amor que también baja
a las sombras y a veces sube.
Allí andamos tú y yo. Allí andamos
entre las abiertas fosas tú y yo    ha-
blándonos: ¿Me comiste?     ¿por qué
tenías hambre chileno me    comiste?[4]


Además, en los versos del poeta, vemos una relación estrecha de los paisajes que son descritos con lo que Zurita expresaba a través de sus palabras: «- Inmensas praderas se formaban en cada una de las arcadas, las nubes / rompiendo el cielo y los cerros acercándose»[5]. La imaginación poética reproduce la proyección de la producción poética. Los textos literarios muestran una localidad espacial, siguiendo las pautas impuestas por Bachelard (1884-1962)[6]. El texto de Zurita ocupa un espacio material y físico en la escritura. Y la simbolización temática de conceptos y expresiones también se encuentran presentes en la producción poética.
Los espacios más significativos en la obra zuritiana son el desierto, donde se proyecta la imagen de un sujeto social desolado- el sujeto poético busca la redención de ese espacio árido. El desierto sensibiliza la expansión; y es de esta manera cómo el pueblo chileno recupera su identidad. Por otra parte, mediante el espacio de la playa, el hablante proclama su sentimiento de desolación y desesperación, algo que se ve plasmado en la desesperación de un pueblo azotado por la dictadura. Las cordilleras, por otro lado, representan el desamparo, el dolor y el miedo. Y, por último, el cielo es representativo de un impulso ascensional.
Pero, ¿por qué es tan importante la geografía chilena, no sólo en la obra de Zurita, sino en numerosos autores? Según afirma Jorge Olcina (Universidad de Alicante), lo que más hay en la literatura es paisaje. Se trata de la formación de un sentimiento nacional a través de la poesía-geografía. Empero, ¿podría entenderse la literatura chilena sin la geografía de este territorio? La respuesta es no, ya que, a lo largo de la historia universal, podemos ver esas relaciones entre geografía y literatura. La geografía puede ser tomada como metáfora, como vehículo de creación, o como concepto de desolación y esperanza.
Además, la imaginación particular del agua permite el acceso a las profundidades del «yo». Zurita traslada al ámbito poético urbano el ámbito del espejo, al reflejo de una mirada. Su ojo poético regala al mundo una nueva perspectiva que permite ver el otro lado de las cosas que ahora aparecen en ese espacio de la urbe. El agua es materia misteriosamente viva donde se hallan las imágenes ocultas; es una naturaleza viva convertida en ciudad,  como bien afirma Eva Valero (Universidad de Alicante).


           

            Me resulta muy difícil reseñar tantas cosas que se dijeron a lo largo del coloquio, pero creo que se podría resumir de esta forma:
«Ver versos» es una actitud resumida anafóricamente ligada a Raúl Zurita, quien materializa dichos versos. La escritura de los versos es un proceso complejísimo que conocemos en la obra zuritiana. La importancia de esto es que la reflexión de Zurita, según el profesor José Carlos Rovira, es muy duradera y siempre va a estar y ser existente en la obra del autor: «Pero esas culturas sobre las montañas viven ya en mi corazón […] mis ojos lo verán en otros ojos, y lloraré». El espacio cultural está ocupado por Europa, y lo natural por América: «No pintamos el Juicio Final pero nos tocó el color de los desiertos, color que se refleja en nuestras caras». El «yo» contempla el fin de un mundo desde un punto de vista imaginario. El lenguaje agoniza y esos poemas son los poemas nuestros.






«Todo mi amor está aquí y se ha quedado. / - Pegado a las rocas, al mar y a las montañas. / - Pegado, pegado a las rocas, al mar y a las montañas.», Raúl Zurita.



[1] Raúl Zurita, Canto a su amor desaparecido, Delirio, España, 2015, pág. 11.
[2] América se inventa más allá de la inmensidad de su nombre.
[3] La escritura es algo que es finito, pero puede ser algo que conlleve a la esperanza en este mundo lleno de desolación. 
[4] Raúl Zurita, Idem, pág. 17.
[5] Ibidem, pág. 13.
[6] Filósofo, poeta, físico, profesor y crítico literario francés.

domingo, 18 de enero de 2015

Literatura juvenil, ¿un nuevo canon?

El canon es el repertorio de obras ampliamente aceptadas por los lectores como válidas para la tradición, ya lo dijo Harold Bloom en El canon occidental (1994). Siempre se ha dicho que las temáticas literarias se clasifican en distintos cánones; así, tenemos una literatura canónica por excelencia, como es el caso de los clásicos, además de numerosos libros que se enmarcan en diferentes cánones literarios.


Con la literatura infantil y juvenil pasa lo mismo. Encontramos numerosos títulos que podrían embarcarse en esta clasificación, gracias al tratamiento que éstos dan a temas como los problemas de la adolescencia, las miras del futuro, las ansias de libertad, la automotivación, etc. Sin embargo, este tipo de literatura no se ha considerado dentro de un canon porque: «La literatura infantil es reciente, la juvenil de ayer mismo, y el hábito generalizado de la lectura en la población, de pocos minutos.»[1]. Pero, ¿es necesario un canon para la literatura juvenil?

Tras leer los artículos de Emili Teixidor[2] vemos que muchos de los títulos que se encuentran dentro de un canon, que podría calificarse como infantil y juvenil, no siempre cumplen los requisitos para formar parte del mismo: «En muchas bibliotecas, libros tan excepcionales como Peter Pan o Alicia en el País de las Maravillas se encuentran clasificados entre las lecturas recomendadas a partir de los 6 años, cuando sólo los adultos –y no todos- son capaces de leerlos con provecho total.»[3]. No siempre todo lo clasificado como este tipo de literatura tiene que interesar sólo a los jóvenes. La literatura infantil y juvenil no tiene por qué avergonzarse de serlo; y si este tipo de libros sirve para que los jóvenes, que no encuentran en la lectura un espacio placentero donde dejar volar la imaginación, lean, mejor que mejor, ya que «el lector intenta satisfacer, a través de los libros, su necesidad de imaginarse a sí mismo como el personaje principal con autosuficiencia para resolver sus problemas. En esa etapa, leer no sólo hace imaginar el mundo estructurado en forma de historia, sino que también presenta la imagen del rol del lector en el mundo.»[4].

Sin embargo, siempre encontramos detractores de esta ideas acerca del canon clasificado como juvenil; posiblemente formo parte de ellos, ya que no concibo un mundo sin un Lazarillo, sin un Lope o, peor aún, sin un Quijote. Empero las necesidades de acercar las letras a los jóvenes lectores se basa en historias adaptadas para ellos; algo con lo que puedan identificarse. De esa manera, quizá algún día, tengamos una sociedad más «loca» por las historias que encierran los libros, que por lo que una caja con luces pueda proporcionarles. Teixidor, sobre esta idea, afirma que «a partir de los 12 años, el lector puede acceder a muchas de las obras de primera línea. Pero no podemos suponer esa capacidad a toda la población. La falta de criterios sobre el género que se destina a esos lectores, hace que demasiadas veces los buenos sentimientos, la moral más cómoda y convencional, los tópicos más manidos, y en el peor de los casos, los intereses de las instituciones que velan por su formación interesada, sean las únicas normas con que se juzga esa literatura. Se dirigen más a formar buenos ciudadanos que buenos lectores.»[5]

Según Teixidor, primeramente esta literatura «ha contribuido a la formación de ese grupo [de jóvenes lectores] y a la necesidad de crear para ellos lecturas que les faciliten el acceso y la comprensión de las grandes obras, a la vez que traten los problemas surgidos por las nuevas situaciones.»[6]. Por ello, necesitamos un canon donde insertarlas, teniendo en cuenta los recursos empleados para la creación y la recepción de esta literatura, además, por supuesto, de los temas tratados en ella: «Los objetivos no son incompatibles, pero no son necesariamente los mismos [que los del canon clásico]. Así cuelan por ese agujero sucedáneos de otros géneros que, en algunos casos, no serían aceptados en la literatura adulta por no llegar al nivel adecuado. Cada género tiene sus reglas.»[7].

Del mismo modo, hay veces que creemos que dentro de la literatura infantil y juvenil todo vale; pero de esa manera no contribuimos a la formación de un género adecuado y aceptado por la mayoría de jóvenes lectores, quizá por miedo a que este canon haga sombra a los clásicos (algo que no creo posible), o quizá por ver inconcebible que una literatura que para nosotros puede ser de segunda instancia, tenga tanto éxito entre nuestros adolescentes: «[En la literatura infantil y juvenil] parece que todo vale y la progresión de temas y técnicas de tratamiento se producen con una anarquía peligrosa para la salud y la reputación del género.»[8].

Teniendo todo ello en consideración, el docente es el que tiene que establecer los límites de una literatura infantil y juvenil que, según Teixidor, todavía es muy joven para poder formarse un hueco entre los numerosos títulos del canon. Sin embargo, para poder realizar este proceso de selección, el profesor siempre tiene que tener en cuenta las necesidades del lector joven, además de sus ambiciones como futuros ciudadanos de una sociedad que no cesa de cambiar: «A menudo se olvida que la literatura no es- una fuente de información o de persuasión, sino una experiencia única, cuya naturaleza depende fundamentalmente del lector.»[9]. Si un libro merece volver a ser leído o incluso, simplemente, [h]ojeado, es porque queremos recordar, pues «el canon es un acto de memoria»; por tanto, repitiendo lo comentado antes: «si este tipo de literatura, infantil y juvenil, sirve para que los que no leen lean, relean y [h]ojeen, entonces estará todo logrado». De nosotros depende formar buenos lectores literarios mediante este método canónico.

Sí, el libro y el lector –murmuró-. El placer de la lectura es la armonía entre ambos. Y quien es capaz de encontrar el lector para el libro y el libro para el lector es más que un librero, es un mago. Es un alquimista que crea el crisol que funde don cosas en una sola. Y la cosa resultante es distinta a las anteriores porque el libro adecuado produce cambios definitivos en el lector…[10]




[1] Emili Teixidor, «La literatura juvenil, ¿un género para adolescentes?», pág. 8.
[2] Uno de los primeros cultivadores de literatura infantil y juvenil.
[3] Emili Teixidor, «Literatura juvenil: las reglas del juego», pág. 9
[4] Ibidem, pág. 11.
[5] Ibidem, pág. 12.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Ibidem, pág. 12-13.
[10] Jorge Molist, Prométeme que serás libre, Barcelona, Círculo de Lectores, 2011, pág. 160.

jueves, 8 de enero de 2015

Geografía y paisaje en la literatura española e hispanoamericana.

«Realidad geográfica y literaria de Doñana»

Como bien afirma Juan Villa[1], «El paisaje es una realidad compleja donde se juntan lo objetivable y lo subjetivable.». Pero, ¿qué hay de objetivo y subjetivo en lo que a geografía y paisaje se refiere? Muchas de las respuestas que pueda tener esta cuestión se nos dieron durante los días 10 y 11 de diciembre a un grupo de asistentes al Seminario «Geografía y Paisaje en la literatura española e hispanoamericana», impartido en el Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti (CeMaB), en la Universidad de Alicante.

A lo largo de estos dos intensos días de conferencias, se nos introdujo en el mundo geográfico y paisajístico, dando especial importancia a su influencia en las letras y cómo las interpretaciones de las mismas han llegado a nuestros días: «La geografía humana se convierte en un caudal para hacer investigaciones.», Jorge Olcina.
            

          Desde el Descubrimiento del Nuevo Mundo se da un salto fundamental de la creencia de que un nuevo territorio estaría deshabitado al conocimiento, gracias a las Crónicas de Indias, de que no era de ese modo. Desde entonces y hasta ahora, encontramos numerosos textos, empezando por los Diarios de Colón, donde el paisaje se hace presente y es protagonista de los mismos; en ocasiones, dándonos una visión maravillada.
La geografía y el paisaje es algo que siempre ha acompañado a las letras, dotándolas de una visión descriptiva. Por ejemplo, en la generación del 98, según nos cuenta Nicolás Ortega, el interés geográfico y paisajístico es algo fundamental para entender las obras que se insertan en este período literario. Se produce un acercamiento directo a la realidad geográfica que las enmarca, como podemos ver en La voluntad de Azorín, por ejemplo.
Vemos en los escritores de este período un interés por los libros de viaje, donde los escritores buscaban fuentes de información vívidas y valiosas para entender ciertos aspectos paisajísticos y geográficos. Es una actitud que incorpora el legado gineriano[2] y su Instituto de Libre Enseñanza (ILE) en los autores del 98. «Paisaje y paisanaje aparecen en todo momento estrechamente unidos.», Unamuno.
            A lo largo de todo el seminario se habló de temas varios, como los que han sido comentados a modo de introducción; pero mi interés se centró, sobre todo, en la conferencia impartida por Juan Villa y Juan Ojeda, donde el paisaje de Doñana (Huelva) se hizo presente en el CeMaB.
            El paisaje nunca debe ser entendido como fronteras o líneas que una población tiene como tal; al contrario, el paisaje es una realidad compleja donde se juntan lo objetivable y lo subjetivable, dando paso a la armonía. En la lectura del paisaje se produce una dependencia: «Doñana es a Juan Villa, lo que Juan Villa es a Doñana.», Juan Ojeda.
Las letras son algo que nos ayuda a viajar a través del tiempo y del lugar: «Del paisaje del pasado sólo nos quedan palabras. Palabras que crean mundos.», Juan Villa. Pero, ¿cómo se ha contado Doñana a lo largo del s. XX?
Hasta ese momento, Doñana no existía; sin embargo, desde que se tuvo en cuenta, se llevó a cabo una numerosa producción de literatura referida a este magnífico paraje natural, teniendo en cuenta cuatro elementos:
En el primero de ellos, vemos una Doñana como pretexto. Es la Doñana vivida, donde se lleva a cabo la vivencia personal de lo narrado. Es una Doñana tenida como referente intercambiable, donde los paisajes están al servicio de otros elementos de la narración.

En segundo lugar, existe una Doñana que es aún desconocida, donde encontramos autores que, aunque conocedores de la misma, son ajenos al lugar[3].
Barrio Reina Victoria (Huelva), también conocido como Barrio Obrero,


En tercer lugar, encontramos la Doñana que se crea sin connotaciones. Sus autores son nacidos en la zona, y viven en la periferia. Existe en ellos una intención analítica y reivindicativa de una realidad donde está inmersa la importancia de los humanos en la conformación de la Doñana actual: «Doñana es una asociación de veras.». Las metáforas literarias amplían el horizonte de la mirada geográfica. Pero, ¿qué significa hablar de pureza en Doñana? Su significado se encuentra en la paradójica pureza de lo híbrido.

Y, por último lugar, la puesta en práctica de la producción de una Doñana no estereotipada.



Además de esta conferencia, durante el congreso se impartieron numerosas ponencias: «Lecturas históricas de los paisajes mediterráneos», Armando Arberola; «La fascinación de los paisajes del Nuevo Mundo en la obra de los Cronistas de Indias: la Historia Natural y Moral de José de Acosta», Jorge Olcina; «La literatura mexicana y el paisaje, tres escritores de Jalisco», Manuel Mollá; «Geografía y paisaje en la obra de la Generación del 98», Nicolás Ortega. «Urdir paisajes. Del análisis a la producción de emociones», Juan Ojeda y Juan Villa; «Héroes de la literatura hispanoamericana: «las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas y las tierras…».», Eva Valero; «El paisaje literario de Chapultepec: la Arcadia perdida en la ciudad de México.», Víctor Manuel Sanchís; «Paisajes para el romanticismo hispanoamericano.», Teodosio Fernández; «Alonso de Santa Cruz y su «Islario general» (ca. 1550).», Rosa Pellicer; y «De paisaje, geografía y literatura chilena; la obra de Raúl Zurita.», José Carlos Rovira.
En todas ellas la geografía y el paisaje estuvieron inmersas en las letras que acompañan, día a día, a los amantes de las mismas, dando una visión histórica, maravillosa, pero sobre todo, literaria.




[1] Nacido en Almonte (Huelva) en 1954. Ha publicado relatos, artículos de crítica literaria y arte en diversas revistas y periódicos.
[2] Acercarse al paisaje era, para Giner, acercarse al pueblo español. Su visión del paisaje es inseparable de su signo liberal y progresista.
[3] Descendientes de los ingleses que colonizaron Onuba.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Barroquiz(arte) literario novohispano.

El Barroco, nacido a principios del s. XVII (finales del XVI en Italia), sigue siendo la época dorada para las diferentes artes conocidas. Desde la arquitectura, pasando por la imaginería y llegando a la literatura, nos encontramos ante un Siglo, llamado el de Oro, que aportó a la cultura una historia artística digna de admirar.


Es considerada una consecuencia de las diversas crisis que sufrió Europa, principalmente por el Descubrimiento de América, además de los diferentes adelantos científicos como la circulación de la sangre, por Galileo Galilei, la teoría de la gravedad de Isaac Newton, o la confirmación de la teoría heliocéntrica por parte de Copérnico. Todo ello facilitó que el hombre dejase atrás el concepto de antropocentrismo y se centrase en lo estrictamente visual. Pero además de todo esto, encontramos una larguísima producción literaria a ambos lados del Atlántico: Calderón de la Barca, Lope de Vega, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón, Sigüenza y Góngora, o Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros, son también considerados representantes de esta época histórica, artística y literaria.
Durante dos días, tuve la suerte de asistir al Seminario «Pensamiento y literatura en el Barroco en el ámbito novohispano»[1], donde se habló de este período, centrándolo en figuras como Sigüenza y Góngora, Ruiz de Alarcón, y sobre todo, en Sor Juana Inés de la Cruz. Pero, ¿qué es lo literario en los textos novohispanos?

La literatura hispanoamericana comienza con los Diarios de abordo del almirante, y más tarde, las Relaciones de Cortés. El modo epistolar daba cuenta de lo que se veía y se percibía, desembocando, quizá sin querer, en relatos históricos[2]. Desde entonces, nos hallamos con cinco siglos de una producción literaria novohispana, que ha ido cambiando con el paso del tiempo, dando lugar a diferentes estilos.
En las primeras manifestaciones literarias americanas no se tenían en cuenta los factores para determinar textos literarios o no literarios; sin embargo, en la época barroca, la Inquisición era la crítica «enterada» de la literatura novohispana. Estaba formada por intelectuales que tenían conceptos que aplicaban, no sólo por temas religiosos, sino por temas literarios. Las obras debían ser útiles y deleitables. La principal misión de la Inquisición era fortalecer los dogmas de fe, tales como la Virginidad de María, la Santísima Trinidad, y el Señor en la Cruz. Por esta razón, había un gran trecho entre la escritura de un texto y su difusión.
En la Península hispánica, a pesar de que el discurso barroco se tenía como una contrarreforma, dando voz a la interdisciplinariedad, y como una reivindicación del estilo dogmático para solucionar el problema cismático de una España en constante evolución, en América se dio un estilo barroco propio.
La clase criolla comenzó a sentirse relegada en el s. XVII, ya que los puestos de poder eran siempre ocupados por peninsulares enviados por la Corona. De ese sentimiento de inferioridad iría surgiendo el germen de la identificación, con el único objetivo de diferenciarse de los españoles. Se llevaría a cabo una manifestación identitaria presente en todas las artes, pero especialmente en la literatura. La consecuencia de este tiempo reivindicativo es una poesía de circunstancia.
Los criollos exageraron los códigos culturales de la Península[3], pero al mismo tiempo, e inevitablemente, las herencias prehispánicas se fueron filtrando en las artes, dando lugar a un barroco cuya exuberancia superaba, con mucho, al Barroco español.
Cuando se habla del Barroco de Indias nos referimos al nuevo contexto americano. Se convierte en un modo de expresión ideal para mostrar en la literatura la extrañeza de ese nuevo Mundo, donde, desde su descubrimiento, se había creado una estética de lo maravilloso.
Es muy difícil destacar una sola figura en esta época literaria, pero destacan éstas:
-          Juan Ruiz de Alarcón (1580?-1639), quien desempeñó todo su trabajo en España, abriéndose camino entre los grandes dramaturgos españoles.
-          Luis de Sandoval y Zapata (1620?-1671). Su percepción alrededor de la muerte, además de cuestiones metafísicas y filosóficas, parecen muy interesantes para los críticos.
-          Carlos de Sigüenza y Góngora[4] (1645-1700) es un ejemplo de erudición en muchos de los aspectos literarios, históricos y filosóficos. En Alboroto y motín de los indios de México (1692) nos muestra el constante espíritu de conservación, de enfrentamiento al conocimiento para entender el mundo en el que se vive.
            Pero, sin duda, la figura más destacada del barroco novohispano es la de Sor Juana Inés de la Cruz (1648?,1651?-1695). Sor Juana es una de las incógnitas de la literatura novohispana. Su discurso puede chocar con el discurso masculino, lo que puede desembocar en las misoginias y envidias. Esta creadora de literatura estaba muy adelantada a su tiempo, un tiempo en el que había un retraso literario y cultural muy fuerte.


La biografía de Sor Juana explica mucho de su obra y se refleja en buena medida en ella. Al acercarnos a ella, encontraremos aspectos problemáticos y se nos permitirá acceder al sentido profundo de su obra. La interpretación está en el carácter único de su producción.

             



[1] Impartido por el doctor Alberto Ortiz (Universidad de Zacatecas).
[2] En aquella época no había diferenciación entre lo que era literario y lo que no.
[3] Una manera de diferenciarse de los indígenas.
[4] Constructor del mito guadalupeniano