Estoy sentada en la terraza de mi casa. Hay nubes, y, aunque hace mucho calor, tengo la sensación de que va a llover. No sé si serán las señales de una próxima 'gota fría'. Mis perros se acercan para que les acaricie y vuelven al jardín a jugar con la tierra en la que yo de pequeña jugaba. Mientras, leo un libro, dos, tres; tantos como mi capacidad de asimilación imaginativa me permite. Los voy comentando con el alter ego de mi cabeza. Vuelvo a repasar las páginas pasadas, por si algún detalle se me ha escapado, a mí, o a mi otro "yo" en la ficción. Tengo un problema serio para la ignorancia de muchos: me gusta leer. Más aún. Creo que me apasiona leer.
Leer. ¡Qué palabra tan bonita, a la vez que cargada de sentido! Leer. Creo que es lo que más hago a lo largo del día. Clásicos, bestsellers, novela histórica, romántica, de terror, suspense.
Y periódicos, sobre todo periódicos. Es necesario enterarse de lo que pasa en el mundo real. No me conformo sólo con los mundos que [me] creo. Y últimamente se han sucedido muchos acontecimientos que acaparan la atención hasta del más hipnotizado por las palabras.
Pero hay algo
que me molesta mucho de leer y es que hay muchas letras aún por descubrir, mundos todavía inexplorados, y pensamientos y críticas como personas han pasado por este universo tangible. Cada vez que entro a la biblioteca a escoger uno o dos libros (porque me leo varios a la vez) mi cabeza se siente atrapada entre la espada y la pared. Siente que no va a tener vida suficiente para disfrutar de cada una de las letras que se han escrito a lo largo de la historia. Son tantas
cosas que a los lectores empedernidos no nos da tiempo a almacenar en nuestra
cabeza que hay veces que acabamos frustrados. Y creo que así he acabado yo (si no venía así de serie, claro).
Y mi pregunta es: "¿Por qué hay tan poca vida para tantas letras impresas, y no impresas?"
Dejo
la pregunta en el aire. No sé si alguien podrá llegar a contestarme; pero
mientras espero la respuesta, me voy a leer uno de los tantos libros que tengo
a medias. Me voy a vivir, durante el tiempo que dura mi lectura, otro
mundo y a sentir unos sentimientos que no son los míos; pero es lo que tiene
leer: VIVIR más de una vez. Quizá en una de esas “letríficas” vidas encuentre el tiempo que me hace falta para fotografiar con mi retina las grafías que forman esas bonitas palabras que los amantes de las letras llamamos escritura.
Nicanor Parra ha sido, y sigue siendo, el mayor ejemplo del movimiento antipoético. Este año se conmemora el centenario de su nacimiento, y por ello el Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti (CeMaB) ha organizado, durante todo este curso académico, una serie de acontecimientos enfocados a la cultura chilena.
Hoy he tenido la suerte de asistir a la conferencia titulada «Hay Parra parra rato», impartida por la profesora María Nieves Alonso, y el profesor Mario Rodríguez. Ambos han hecho un recorrido crítico por la vida literaria del antipoeta por excelencia.
En primer lugar, María Nieves Alonso ha afirmado que, al igual que la «antipoesía» pretendía bajar a los poetas del
Olimpo, los críticos de la misma tienen obsesión por que ellos mismos bajen
del hogar de los dioses. Las creaciones antipoéticas del escritor chileno sufren un proceso de
desacralización del poeta; y por ello en el poeta vemos un paralelismo con la figura de Jesucristo, ya que hay un antes y un
después de su creación poética. La «antipoesía» cambia a través de sus construcciones poéticas: «Parra es capaz de matar la poesía», según Neruda.
Sin embargo, hay una relación
evidente entre Parra y la poesía anterior. La sacralización es el proceso más
estudiado por los críticos de esta época, ya que éstos viven un proceso de desacralización
del propio poeta; aunque María Nieves Alonso afirma: «Más que de desacralización, yo hablaría de humanización del
poeta».
Nicanor Parra humaniza la figura del poeta. Además, el antipoeta utiliza la «antipoesía» como método para crear. Se define al sujeto para definir este movimiento, donde hay un constante juego anafórico. Y aunque el consciente no es capaz todavía de asumir, de decir lo que percibe en ella, la ternura siempre está presente en las creaciones de Parra: «Humanización del poeta como un trabajador y contructor.»
La vergüenza y el aburrimiento están perfectamente ligados a este movimiento poético, debido a que la vergüenza es considerada un sentimiento revolucionario. Y estos dos términos hacen que la antipoesía esté en el proceso de humanización. Según el antipoeta chileno hay que humillar la poesía: «Si no se la ofende, hay que avergonzarla y humillarla en público.»
Mario Rodríguez, por su parte, ha afirmado que la poesía de Parra es
una poesía que desconcierta y distrae al lector español. Parra rechaza el
fenómeno o concepto de las oposiciones, de los binarismos. Es evidente el acercamiento de
Parra al lenguaje popular de la cultura popular.